Babel, o la necesidad de violencia de R.F. Kuang es una obra excepcional que desafía las narrativas históricas con las que los lectores europeos —especialmente aquellos hombres cishetero blancos— suelen identificarse sin cuestionarlas. La novela no solo despliega una ucronía alternativa de la época victoriana, sino que nos obliga a enfrentar una verdad incómoda: la historia tal como la hemos aprendido está sesgada, estructurada desde una perspectiva colonialista y supremacista.
Desde nuestra posición como lectores europeos, solemos dar por sentado que los “errores” del colonialismo fueron injusticias inevitables, parte de un proceso histórico que nos enseñaron como “progreso”. Sin embargo, Babel se atreve a señalar, con una claridad apabullante, que esas injusticias no fueron simplemente desviaciones morales, sino sistemáticas y fundamentales para el ascenso de las potencias europeas.
La incapacidad de cambio: un reflejo de las instituciones coloniales
La protagonista del lector europeo en Babel es, paradójicamente, su propia incomodidad. R.F. Kuang nos introduce en el mundo de Robin Swift, un joven chino arrancado de su tierra para servir al sistema imperial de traducción en Oxford. A través de su viaje, Kuang nos revela cómo el colonialismo no fue solo una maquinaria de explotación económica y cultural, sino también un proceso de deshumanización institucionalizada. Cada fragmento de la historia de Robin, sus dudas, su rabia contenida y su inevitable despertar revolucionario, sirve de espejo para la historia que no se nos enseñó en los colegios europeos.
Lo que resulta verdaderamente perturbador para el lector blanco es que Babel no ofrece una salida fácil. No hay redención, no hay acto heroico que absuelva a las instituciones coloniales. Kuang no adorna la violencia ni la cubre con el manto del “bien común”. Por el contrario, nos empuja a aceptar que el mal no es un concepto abstracto, sino una estructura tangible y sistemática de poder que persiste hasta nuestros días.
Aquí reside la grandeza de Babel: nos desafía a reconocer que nuestra comprensión histórica está incompleta, y que nuestra narrativa cultural predominante, desde las novelas hasta las series y películas, nos ha protegido de este enfrentamiento. Nos hemos acostumbrado a que las críticas al colonialismo sean suaves o anecdóticas, relegadas a un “sí, estuvo mal, pero fue parte de nuestra historia”. Babel rompe esa narrativa cómoda y nos exige reconocer que fuimos (y somos) parte activa del engranaje de opresión.
Los antiwoke deberían leer este libro
En un tiempo en el que las quejas sobre la “inclusión forzada” inundan las redes y las críticas culturales, Babel se presenta como una obra que, sin pedir permiso, coloca a estos detractores en el lado incorrecto de la historia. La novela no es una simple relectura progresista de la era victoriana; es una denuncia clara y visceral del sistema colonial y de las estructuras de poder que aún hoy muchos prefieren ignorar o justificar. Frente a quienes claman por el retorno a una supuesta “pureza” narrativa sin “agendas políticas”, Babel les recuerda que la literatura y la historia siempre han sido políticas, solo que hasta ahora, su política era la del dominio y la exclusión.
Quienes critican el movimiento woke y se oponen a cualquier intento de diversificar narrativas y perspectivas, difícilmente podrán aceptar el mensaje de Babel. La novela no solo presenta personajes racializados en un contexto histórico donde su presencia es fundamental y lógica, sino que además expone cómo las instituciones de poder han moldeado nuestra realidad a través del lenguaje y la traducción, perpetuando el desequilibrio global. Reconocer esto implica asumir una responsabilidad que muchos prefieren evitar bajo el pretexto de “defender el arte” o “proteger la tradición”.
Babel es un espejo incómodo. Refleja no solo el pasado colonialista, sino también la resistencia de algunos a cambiar su visión del mundo. Es similar al funcionamiento del Parlamento en la novela , totalmente estancado: por más que la evidencia de injusticias sea clara, la voluntad de cambio es casi inexistente. Como las grandes instituciones que Kuang critica en su obra, estos detractores antiwoke parecen estar anclados en una posición de privilegio y negación, incapaces de aceptar que su versión de la historia no es la única ni la más justa.
Esta novela no ofrece consuelo para quienes defienden narrativas excluyentes, ni deja espacio para el falso equilibrio de “ambas partes tienen razón”. Babel es una declaración contundente de que las injusticias estructurales no se solucionan con complacencia. Y aunque los críticos antiwoke puedan sentirse atacados, lo cierto es que se enfrentan a una verdad ineludible: su resistencia a la inclusión no es más que una defensa de un sistema que oprime. La historia les juzgará, como ya ha empezado a hacerlo.
En fin…
Leer Babel es aceptar que hay historias que no podemos comprender del todo porque nuestra perspectiva racial y cultural nos ha protegido del trauma que esas historias implican. Esta barrera de comprensión no es accidental; es el resultado de siglos de hegemonía cultural. Kuang nos invita a sentir esa barrera, a observarla y, quizás, a empezar a desmantelarla. Porque, al final, Babel es un recordatorio de que la verdadera historia no se puede traducir sin fricción, sin violencia, sin pérdida.
R.F. Kuang no nos ofrece consuelo. Nos ofrece verdad.